Cómo reparar la literatura sonorense

Por Carlos Mal.

Vamos a empezar por dejar las cosas bien claras: la primera obra literaria producida en el estado de Sonora fue Heroína, una pieza teatral escrita en mil ochocientos noventa y no me importa por un Aurelio Pérez Peña. Heroína trata sobre la defensa de Guaymas contra la invasión de los mercenarios extranjeros bajo el mando del conde francés Gaston de Raousset-Boulbon, un personaje olvidado de la historia de México.

¿Adivinen quién es el mayor experto vivo sobre este conde? Adivinaron: Napoléon Bonaparte-Wyse, un viejito muy simpático que vive en Luxemburgo y que es tataranieto paterno de Napoleón I y tataranieto materno del hermano del conde Raousset, el mismísimo filibustero que conquistó Hermosillo por un día en 1852 y que murió fusilado en las playas de Guaymas en 1854.

Una vez me tomé un café con él en Le Bouquet de Grenelle, un cafecito en el quinceavo arrondissement de París, que es, a su vez, un barrio medio sucio y ruidoso. A Monsieur Bonaparte-Wyse lo reconocí porque era igualito a la máscara mortuoria de Napoleón Bonaparte que se conserva en el Museo de la Armada.


El punto es que después de una conversación larga sobre nuestras investigaciones originales respecto al conde, quedamos más o menos de acuerdo de que él, yo y Margo Glantz éramos probablemente los únicos vivos que nos interesábamos en Gaston de Raousset-Boulbon y en sus aventuras, sus poemas y sus increíbles fracasos.

Entonces, lo que estoy tratando de decir con las palabras más claras que se me vienen a la cabeza, es que soy, hoy, uno de los pocos expertos en un tema que se encuentra en el mero inicio de la historia literaria de Sonora, y que por eso me tienen que respetar como si fuera yo el padre biológico de todos ustedes, montón de lectores ingratos que están acostumbrados a que los que escriben los traten con los mimos y las pincitas de la consideración. Si ya leyeron hasta aquí, quédense y aguanten: les voy a decir cómo reparar la literatura.


Ahora que dejamos las cosas claras y cristalinas podemos empezar. La historia del arte en Sonora se ha visto afectada por el entorno, como es común, y esto se ha dicho hasta el cansancio y es un cliché, pero eso no lo hace menos cierto: el desierto de lo real se convierte en un desierto también en el momento de la creatividad y en el momento de hacer cosas lejos del objetivo pragmático: en un sitio en el cual huir de la muerte por deshidratación es una prioridad, ¿a qué horas se puede hacer arte? No sé qué tanta tinta se ha derramado en la arena como el jugo hediondo de Onán tratando de lamentar o exaltar esta característica del arte de nuestra horrenda región. Por eso no quiero seguir escribiendo sobre el problema: quiero escribir sobre la solución.

El problema con querer circunscribir y restringir la literatura con una denominación estatal definitoria es casi como magia, como una especie de superstición federalista inexplicable. ¿Cuando uno cruza la frontera entre Sonora y Chihuahua la literatura cambia mágicamente? No lo creo. Por eso deberíamos, si queremos reparar la literatura sonorense, comenzar por catalogarla perfectamente. Joaquín Murrieta, el antihéroe y asesino serial que los gringos floripondios después decorarían póstumamente en ficción con el nombre de “El Zorro” creía que México debía estar dividido en dos naciones: la República Náhuatl en el sur y La República de Sonora en el norte.

Es evidente que el norte agreste y bronco del país produce un tipo diferente de artefactos de arte, y para efectos de este artículo, para mí la literatura sonorense será lo mismo que “literatura del norte indomable y feo de México”. Pero bueno, no le demos más vueltas: ¿cómo arreglarla?

El problema con la literatura sonorense consiste en que los autores están desperdigados, como un montón de esquirlas salidas de una escopeta muy vieja. Todos los artistas norteños se quejan de lo mismo: ¿cómo producir arte para una población que no quiere consumirlo? La respuesta está en que el arte es una compulsión, una exigencia expresiva que no responde normalmente a los mandatos de la oferta y la demanda: aunque no haya gente que quiera leer mis poemas, no es como si yo pudiera evitar escribirlos. El arte es tan innecesario como es inevitable. Así que si vamos a seguir haciendo poesía, novelas, ensayos, teatro y cuentos, más vale que los hagamos bien.

PASO UNO: no nos pongamos nosotros mismos, escritores, límites innecesarios. He visto las mejores mentes de mi generación hipnotizadas por la aparente transgresión que consiste en rociar los escritos con palabras indescifrables del repertorio vernacular. Imaginemos que un autor japonés joven quisiera que esto pasara a formar parte del repertorio universal de la literatura: “Yo y mi hawaka fuimos a hacer sukku en el tappenpai… mis hokko-tao me dijeron: ‘¡doko haru sappai, amigo!’”. Esta letanía de tonterías incomprensibles equivalen a cuando los insensatos poetastros de la peor pacotilla escriben cosas como “qué culeis que el bato me transó el bísnes, que wazón, morro.” WTF. 

Es decir, hay que ser sensatos, hisdeputa: el idiolecto microrregional es intereante y constituye verdaderos tesoros lexicográficos… pero si los escritores de todo el mundo hicieran esto, estarían escribiendo solo para ser leídos en sus ciudades natales. Hay obras maestras que consisten en un balance entre idiolecto y universalidad, pero hasta ahora no he visto que exista un esfuerzo consciente por controlar esta verborrea regional que tiene más que ver con un orgullo patriotero que con un interés por decorar la redacción creativa. Si quieres escribir sobre machaca, panocha, y coyotas, dedícate a escribir menús para fondas llenas de moscas del horroroso centro comercial de Hermosillo. ¿Lo ven? Este último burn no lo va a entender alguien en Noruega o en Mianmar. No lo hagan, amiguitos.

PASO DOS: escribamos para el futuro, para los jóvenes y para los extraterrestres. Una cosa es cierta en este mundo lleno de incertidumbres: todo tiempo pasado fue peor. El pasado es tan horroroso que me alegra que se haya extinguido el segundo que acaba de pasar ahorita mismo. Y este otro también. Y este otro. Si vamos a escribir que sea para cuando un montón de arqueólogos encuentren nuestros discos duros o nuestras memorias de almacenamiento y digan “hey, este montón de huesos grasosos y llenos de pelusa era escritor, y era del siglo veintiuno, veamos que escribía y pongámoslo en un cibermuseo del presente, o sea, futurista”.

Escribamos para ellos, para que se sorprendan, para que crean que lo que escribimos les dará una mejor idea de cómo pensamos y qué pensamos. Pero si lo que piensan ustedes ahorita, malos escritores que me leen, es que tienen ganas de tomarse unas cervezas y qué canciones de mierda van a escuchar en la rocola del bar o qué tonterías sentimentales trilladas van a experimentar con prostitutas y albañiles borrachos… mejor quédense con eso y no lo perpetúen en literatura que van a encontrar los übermensch del futuro. No hagan que me avergüence de ser su contemporáneo. No, olvídenlo, ya lo estoy.

Escribamos para los jóvenes porque los jóvenes son la medida de lo que cautiva en arte, entretenimiento y educación. La mente de un joven es como Nueva York: si uno puede mantener el interés de un joven, uno puede mantener el interés de cualquiera. ¿Y extraterrestres por qué, Carlos Mal? En primer lugar, los extraterrestres no existen, pero podemos utilizar una hipotética existencia de estos solo como ejercicio de creación literaria. Un extraterrestre necesita explicaciones detalladas y claras y probablemente también ha visto cosas extraordinarias que un humano no puede imaginar: probemos a ser todavía más sorprendentes que un sistema estelar binario siendo devorado por un agujero negro. Sé que sí es posible porque existen Macbeth y el Quijote.

Y no los quiero dejar solo con consejos vacíos, no con pura prescripción autoritaria para la cual no tengo ningún crédito moral: aquí les voy a enumerar ideas bien concretas sobre obras literarias que tienen que existir en el futuro cercano. Así es: les voy a regalar mis ideas para libros que repararían la literatura sonorense de manera definitiva.

Escriban novelas que se llamen igual que novelas clásicas muy famosas, pero que sean diferentes. Madame Bovary, una historia sobre una señora francesa que decide irse a pie por la ruta de Santiago. Cien años de Soledad: una novela sobre la rivalidad de dos familias que abren dos centros comerciales uno contra esquina del otro. Hay muchos diálogos llenos de profanidad, al estilo del cine de Kevin Smith o del teatro de David Mamet.

Escriban francos remakes: no me parece lógico que todas las artes hagan refritos, menos la literatura contemporánea. La literatura del pasado hacía remakes todo el tiempo: las églogas de Garcilaso eran remakes de las de los griegos: Fausto de Goethe era un remake de otros Faustos; algunas pinturas de Caravaggio eran remakes de pinturas de sus amigos; la arquitectura está llena de remakes… mi punto es claro: hay que rehacer, por ejemplo, Pedro Páramo, pero en el presente, con celulares, Internet, narcos y capitalismo salvaje. Pero eso sí: lo firmaría con mi nombre, no con el de Juan Rulfo. Más bien un subtítulo de la portada diría: “basado en la obra de Juan Rulfo”. Un proyecto real que tenía se llamaba “Aura 2000”. Ahora se los regalo a ustedes para que lo escriban. Imaginen Aura, de Carlos Fuentes, pero ahora con tu nombre en la portada, lector.

OTRAS IDEAS MISCELÁNEAS: escriban más teatro musical, escriban novelas de detectives con protagonistas mujeres, escriban muchas mentiras y háganlas pasar por periodismo documentado; escriban poemarios que sean traducciones de poemarios famosos, pero que haya pasado al menos por tres idiomas para que sea algo original y que les cueste un delicioso esfuerzo; también sería bonito que alguien de ustedes escribiera sobre mí. Mucho.


Y el ÚLTIMO CONSEJO: escriban con las gafas del feminismo. Les ahorro con esto treinta o cincuenta años de lucha para ser cool. Si escriben con un enfoque al menos un poco feminista, van a quedar menos en ridículo en los ojos de la historia del arte. Si siguen los consejos que les doy van a hacer mejor literatura y van a hacer que los críticos abandonen la cantaleta de que Sonora es un desierto de cultura (cosa que es cierta, pero qué fastidio). Hagamos que nuestra horrorosa región llena de desiertos feos y ciudades sucias se convierta en una meca de la creatividad. Sigan mi guía y seremos todos felices.

Créanme: soy doctor.



Comentarios

  1. Creo firmemente en está idea. La he estado reflexionando. Y en poesía qué te parece "el poema ranchero". Saludos. Pese a...

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  2. De hecho si, es tiempo de dejarnos de pendejadas y comenzar a leer y escribir sin tanto fijón. Me gusto mucho lo de que algunos deberían estar escribiendo menus de restaurantes...En el teatro Sonorense pasa tanto eso. Gracias por compartir los juegos literarios que propones. Espero ponerlos en práctica pronto.

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  3. Mejor: Cómo reparar la literatura mexicana.

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  4. Me lo llevo para compartirlo, y me declaro nuevo seguidor de este blog desde hoy.

    Saludos.

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  5. Por cierto, hay un autor naucalpense llamado Ruy Xoconostle que publicó hace algunos añitos un libro llamado Miller y Jiménez, en el cual los protagonistas conviven en un entorno sateluco con Jesucristo, McBeth, Hamlet y personajes del universo Tarantino. El experimento se me hizo interesante, aunque el libro ya no se edita más.

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  6. Por cierto, hay un autor naucalpense llamado Ruy Xoconostle que publicó hace algunos añitos un libro llamado Miller y Jiménez, en el cual los protagonistas conviven en un entorno sateluco con Jesucristo, McBeth, Hamlet y personajes del universo Tarantino. El experimento se me hizo interesante, aunque el libro ya no se edita más.

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