La República de Sonora está cerca


Justo en estos momentos estoy, como se dice, “en vivo”: no he dormido en treinta horas. Como no tuve la inclinación por las drogas y el alcohol, estoy hollando mis órganos con tabaco y Coca-Cola Light, las drogas de los nerds.

¿Por qué estoy pasando por esta peregrinación sacrílega? Porque estoy dibujando un cómic, bros. Estoy dibujando un cómic desde 2009. Así como lo oyen: desde aquel año en que ustedes tenían esa novia que dicen que ya no extrañan pero no es cierto. Llevo seis años metido en esto; es lo más que he durado en relación voluntaria con algo humano o inhumano.

Hace seis años una noche dije: “¿por qué no hago un cómic sobre un pasaje olvidado de la historia de mi región?” La segunda pregunta que me hice fue “¿por qué no incluyo en dicho cómic robots gigantes, superpoderes y mentiras?”. Simplemente así es como funciona mi cabeza. Lo siento, pero no lo siento.

Para hacer un cómic lo que se necesita es tener algo que no se pueda decir de otra forma. Es decir, podría haber hecho una novela fantástica-histórica sobre el conde Gaston de Raousset-Boulbon, pero estoy seguro de que en algún momento me habría quedado insatisfecho de solamente describir los robots gigantes con mecanismos de marioneta, los globos decorados con que el malvado Santa Anna transporta su armamento por el territorio nacional, o las emanaciones de luz que saltan como chispazos de los ojos de los hermanos Telégrafo.

Les juro que La República de Sonora está basada en una historia real: de verdad Gaston de Raousset-Boulbon era un conde rubio venido de Francia que conquistó Hermosillo por un día en 1852. Está en los libros de historia. De verdad el conde sí invadió Guaymas en 1854 y fue derrotado ahí. Hay un obelisco en medio de Guaymas y hay un desfile anual en conmemoración de esto. Cualquier guaymense oloroso a salitre sabe que no estoy inventando la medula de esta historia. Lo que sí inventé es casi todo lo demás.

Un cómic de autor es aquel en el cual una sola persona se encarga de todos los aspectos de la obra, y La República de Sonora es así: nadie me ha ayudado para nada. De hecho ni siquiera mis amigos quisieron ayudarme a leer el guion o a darme su opinión sobre el primer borrador de la historia terminada. Que se vayan mucho a comer bolas humeantes de estiércol.

Mi punto es que no tengo amigos.

No, no es cierto, mi punto es que La República de Sonora es un proyecto que me ha tomado mucho tiempo porque es un cómic de autor y porque he tenido que aprender a hacer cosas que no sabía hacer, como dibujar caballos, crear tipografías y, prácticamente, aprender de nuevo a dibujar.

No miento: cuando terminé el primer boceto de La República, constaba de sesenta páginas y contaba prácticamente todo lo que quería contar, pero cuando tuve esas páginas en mis manos sabía que algo faltaba. Algo así como doscientas páginas más. Me puse a leer como demente: novelas gráficas, historia de Francia, historia de México, biografías del conde Raousset-Boulbon y libros instructivos de dibujo y perspectiva. Mientras hacía esto mi matrimonio se resquebrajaba sin que me diera cuenta (por estar inmerso en mi novela gráfica) y los primeros pedazos comenzarían a caer encima de mí cuando ya fuera demasiado tarde.

¿Qué? ¿Que se me está escapando una confesión superpersonal sobre mi matrimonio? Lo siento. Debe ser la falta de sueño. Me había detenido en el párrafo anterior porque tuve que salir a las cuatro de la mañana a buscar una tienda abierta las veinticuatro horas para comprar una recarga de cigarros, porque el desvelo no tiene sentido sin tabaco o sexo o una actividad de creación o hermosa destrucción (todos estos términos son mutuamente incluyentes y sustituibles).

Y sí, mientras escribo esto estoy dibujando. Estoy en el inicio de la recta final: me faltan poco más de setenta páginas para terminar mi obra maestra, la novela gráfica que me costó el doctorado y mi matrimonio, la novela gráfica que cambió mis gustos (antes me aburría el siglo XIX, ahora no puedo dejar de hablar de él), la novela gráfica que puede ser una explosión o una nube invisible de nada en el mapa de nadie y en el interés de solo unos cuantos seguidores de Facebook y de algunas pocas mujeres que me quieren atenazar en sus sábanas. No me importa. Yo quiero terminar.

Todo mundo me pregunta que si qué voy a hacer con esta novela gráfica de 277 páginas una vez que la termine, que si cómo la voy a vender, que si cómo voy a hacerla conocer, y siempre ofrezco una sensata explicación, diferente cada vez. La verdad es que no tengo idea. No es mi intención ser una caricatura del artista: el que se preocupa solo por crear, no por vender… pero así es, y no porque sea yo un ser de pureza y puro amor al arte: es porque soy simplemente inepto para ganar dinero y este es un demonio que me ha acompañado toda la vida.

¿Qué? ¿Estoy confesando de más otra vez? Hey, déjenme en paz. ¿Querían leer algo interesante con dibujos bonitos a un lado? Pues compren un cómic. No. Compren mi cómic. La República de Sonora: disponible próximamente Dios sabe dónde.

Váyanse al diablo.






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