El rey de la naturaleza


O "Notas sobe una canción norteña"

Like a king over earthly nature, it rouses every force to countless transformations, 
—Novalis.

Un híbrido interesante de folclor y manufactura comercial, la canción norteña nos ha dado, por fin, suficiente tiempo como para poder verla desde lejos y apreciar sus mejores piezas.

En México no hay intelectual o sibarita que sea tan mamón como para que no le guste al menos una canción de los Tigres del Norte o de Los Invasores, aunque sea en sentido "irónico" (las comillas las uso porque la ironía no es lo que los hípsters creen que es).

Desde niño me gustó Ramón Ayala y sus Bravos del Norte; después, en mi adolescencia, en mi larga fase afectada, irritante y precariamente esnob, intenté con todas mis fuerzas negar el legado ranchero de mis padres y de mi entorno; llené esos espacios con rock alemán amanerado, con el hoy avergonzante nü metal y con chanson francesa que se ajustaba a mí con la gracia de un guante de terciopelo en la pata de un rinoceronte.

Muchos años después, frente al paredón de fusilamiento del hecho de que estoy viejo y de que he vivido alejado de México por muchos años, echo un vistazo a los grandes del acordeón mexicano y veo que una canción destaca como una enorme arista en el repertorio completo de todo el género: "El rey de la naturaleza" de Ramón Ayala. Y es aquí cuando les explico por qué es la mejor canción norteña de todos los tiempos, nerds.

"El rey de la naturaleza", de Ramón Ayala
y sus Bravos del Norte (Corridos auténticos, 1994).

Letra: Armando Salazar Jr.
Arreglos: Joe Mascorro.

Allá por la madrugada
le suena el cuajo a una yegua,
parece ser Pancho Villa
montado en su Siete Leguas.
Es el viejo don Antonio
al lado de su teniente,
perro tuerto y algo chueco
que se pasó de valiente.

El rey de la naturaleza es un hombre llamado don Antonio que al parecer monta un caballo con el porte militar de los revolucionarios mexicanos. Su teniente es un perro damnificado por varias peleas en un turbulento y animalesco pasado. La canción abre de una manera peculiar, ya que otras piezas del género suelen adoptar la retórica narrativa del corrido: "Voy a contarles la historia...", "Amigos, vengo a contarles...", "Voy a empezar a cantarles..."

Armando Salazar Jr., el compositor de la letra de "El rey de la naturaleza", decide hacer más bien un cuadro paisajista, un retrato humano enmarcado en un ámbito bucólico: un viejo a caballo con su fiel perro. No necesitamos más para saber que este no va a ser un corrido ni un narcocorrido ni una canción de amor. Desde este momento esta canción me intriga... ¿De qué va a tratar? ¿Algo va a pasarle al viejo? ¿Irá a haber acaso una historia en esta pieza? Veamos el coro:
El jinete muestra huellas
de mil tropiezos y afanes
durmió bajo las estrellas,
cazó con los gavilanes
y aún porta la elegancia,
y aunque viva en la pobreza
es hombre de palabra...
rey de la naturaleza.
Quien no ha escuchado esta canción no sabe que este coro es quizá el más experimental, innovador e interesante de todos los coros en la historia de la música norteña tradicional. Desde el verso "durmió bajo las estrellas" cada verso subsecuente es cantado en una escala superior a la anterior, como si Ramón Ayala estuviera intentando cantar una pinchi aria de ópera en medio de una canción ranchera. W... T... F...

Pero oigan, es en serio: cuando llega al verso "cazó con los gavilanes" uno no piensa "Ah, Ramón Ayala va a seguir subiendo la escala musical de su voz". NO. Uno piensa "Ah, normalmente, como en TODA la música norteña que he escuchado, este verso es el último del coro, ya que es humanamente imposible que continúe por TRES VERSOS MÁS..." (1)

Y Ramón Ayala dice “Challenge accepted” y adivinen qué hace. Exactamente eso. Y esa no será la única sorpresa formal de la música de esta pieza. Hay una más, y les va a volar la cabeza si son aficionados a la poesía con metro y rima.

En la estrofa que dice:


Trotando por un sendero viejo,
sentado bien en la silla,
Ramón Ayala hace algo in-FUCKING-creíble. Mete dos sílabas más, agrega dos sílabas completamente innecesarias. Déjenme se los digo de otra forma, porque no parece que me estén entendiendo... Ramón Ayala agregó sin necesidad dos sílabas... no una... DOS... y de verdad no se necesitaban. Miren:

Trotando por un sendero, (ocho sílabas)
sentado bien en la silla (ocho sílabas)

Entonces... ¡por qué lo hizo...? ¡Por chingón, señoras y señores! Para ponerle un copetito a la cabellera embetunada del romance: es el único verso de toda la canción que tiene diez sílabas en lugar de ocho... y lo más peculiar es que, gracias a la música, este bache en el ritmo otramente plano de la canción se escucha muy bien: hay un arreglo musical que resalta en cuanto Ramón Ayala canta ese "viejo" que sobra, que se erige ante el llano de los octosílabos como un cacto entre las dunas.

Si bien "El rey de la naturaleza” no cuenta una historia completa, sí termina por hacer un retrato sociocultural de don Antonio: el rey de la naturaleza, quien cazó con gavilanes y durmió bajo las estrellas es ahora un cocinero que extraña los tiempos de gloria en los campos abiertos.

Fueron pasando los años
y hoy la hace de cocinero,
"Ya me cansé de rebaños,
cuando fui yo el mero mero".
La canción termina con una vuelta al coro. Si uno le pregunta a una persona común de qué trata "El rey de la naturaleza" probablemente no recibiremos una respuesta muy completa, ya que las canciones líricas son más bien una excepción en el género norteño. Los corridos son más fáciles de entender y de disfrutar porque sus narrativas son claras y sus personajes son bidimensionales, a lo más.

Don Antonio es un personaje complejo y rico, un probable veterano de guerra, pobre, cocinero, nostálgico de un pasado libre y natural; no sabemos si ha sido expulsado del paraíso de la sierra y del monte, no sabemos si puede volver y sospechamos que su vida de cocinero es como un pequeño infierno, y así, es más amargo el canto que escala la garganta de Ramón Ayala y que se eleva en octavas hacia el Empíreo: durmió bajo las estrellas, cazó con los gavilanes, y ahora sueña con volver a su edén lejano. Es un cocinero viejo y pobre perdido en un rebaño de almas muertas. Antes fue el rey de la naturaleza: un hombre en plena libertad y en pleno dominio de sí mismo y de las bestias.

Ramón Ayala canta, de manera oblicua, una canción sobre la caída de Satanás en el abismo del Castigo.

 

(1) Sí, cuando escribo frases en mayúsculas es que estoy gritando.


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Carlos Mal, París, junio de 2013.

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