Trocadéro Blues: reunión de simpatizantes de AMLO en París

Cuando era niño mis papás eran obligados a ir a reuniones de sindicatos, los cuales, a su vez, obligaban a sus miembros a apoyar a tal o cual candidato. Yo apenas entendía qué pasaba, tenía que ir con mis papás a estas tediosas reuniones de adultos apestosos y sombrerudos que se reunían alrededor de algún pelón en guayabera con lentes de carey y la frente grasosa que hablaba sinsentidos en un micrófono. Lo que no tardó mucho en convertirse en una verdad para mí era que la política era muy, pero muy aburrida.

No me lo tomen a mal, lectoras, todavía pienso que la política puede ser muy aburrida, pero en una suerte de gráficas convergentes, yo también me hago una persona cada vez más aburrida conforme pasa el tiempo, y pues bien: hoy soy como treinta años más aburrido que el niño que mencioné al inicio de esta que será, sin duda, una terrible entrada en esta bitácora.


Ahora que soy viejo y lleno de los infectos humores de la senectud, la política comienza a llamarme la atención, tal es la injusticia del Creador del Universo. Hace seis años publiqué en este blog una entrada titulada "No sé nada". No se dejen engañar por el título aparentemente profundo. De cara a las elecciones presidenciales de 2006 en México no sabía nada sobre los candidatos, y, en corto, no sabía nada de política. Déjenme aclararles que no era adolescente: tenía 26 años, que es la edad a la que mi papá se casó.

Lo que sí entendía —o presentía—, como todo mundo, es que México está averiado. México es un caballo con las piernas rotas a quien nadie ha tenido la bondad de meterle un tiro o ponerle piernas biónicas.

Siempre he votado a regañadientes, en primer lugar, porque mi ignorancia me hace sentir que le estoy dando un voto a quien no va a ganar (siempre he votado por el que parece menos pendejo o menos malvado o por el que tiene mejor ortografía en sus campañas), y, en segundo lugar, porque, como soy romántico, prefiero ver un palacio en llamas antes de ver el senado lleno de gordos ineptos que dicen "haiga" y que tienen un sueldo mayor que el del presidente de Alemania.

Cabe recordar que también hace mucho tiempo escribí un ensayito sobre lo que yo haría en la presidencia de México. En resumen, sería un dictador terrible, pero con un plan bajo la manga: ser tan despótico, tan inexorable y malvado, que el pueblo no tendría otra opción más que levantarse en armas contra mí y, por fin, despertar del sueño del estoicismo inútil; revivir el zombi de la revolución por fin, dormido desde que las revoluciones en América comenzaron solamente a empeorar las cosas. En ese entonces no contaba con que la Primavera Árabe iba a venir a cambiar las cosas y a darle un poco de vida a la idea de una revolución social (y pacífica para mi sorpresa)

Así que el mundo de mis fantasías piromaníacas no es practicable ni sensato. Por eso quise acercarme a gente con verdaderas convicciones. Por eso me vine esta tarde a la plaza Trocadéro en París a la reunión de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) Francia. Quería ver qué se sentía no ser un analfabeto político.

Llegué puntual, a las tres de la tarde; acababa de llover y pensé que podría encontrar a los seis, diez, doce seguidores de AMLO (Andrés Manuel López Obrador, para quienes me leen desde Nepal) y entrevistarme cómodamente con ellos con la torre Eiffel como fondo de nuestra amena tertulia. Me dije "qué sorpresa me voy a llevar cuando sean cien o doscientos". La verdad estuvo entre una y otra posibilidad. Había un par de docenas de gente reunida con camisetas y banderas.

Un sujeto me dijo que tenían proyectada una caminata hacia el Arco del Triunfo, pero que la policía lo había prohibido, porque Fuck the Police. Pinchis chotas, 5-0, siempre del lado de los poderosos, revolución, Che Guevara y mota, Bob Marley forever, bro. Miento. En realidad era un sujeto muy tranquilo y ecuánime que no sabía cuáles eran los motivos que movieron a la policía a tomar esa decisión.

Mientras me paseaba entre los carteles hechos con marcadores y un enjambre de hípsters mexicanos, llegué al centro de operación en medio de la plaza. Ahí, una pila de camisetas a ocho euros cada una esperaban a que dijera dentro de mi cabeza: "no, gracias". Otra persona llegó con un cuaderno en el cual todos se apuntaban. Era tanto un registro de asistencia como una lista de correos. Le saqué una foto a la lista y ahora tengo un montón de gente a quienes enviar spam sobre mis cómics, oh yeah.

La parte más reveladora de la tarde vino cuando observé a un joven de camiseta naranja con —por supuesto— motivos prehispánicos mientras confeccionaba unos extraños dispositivos para los cuales utilizaba piezas de botellas plásticas desechables y cinta canela.

—¿Qué ondas, bro, qué haces?— le pregunté.
—Estoy haciendo escudos...— contestó sonriente.
—¿Escudos?
—Sí, por si vienen los granaderos.

Fuck... Dentro de mi cabeza me quedé pasmado. ¿Compa, en verdad crees que los granaderos van a venir a madrear a mexicanos pacíficos haciendo bulla en Trocadéro? Wey, esta misma mañana Hollande y Obama están contándose chistes en la cima del G8 en Washington (lo vi en las pantallas del gimnasio, no crean que estoy normalmente tan informado).

Pero déjenme volver. Estaba haciendo escudos contra la policía antimotines. Escudos de botellas de plástico. Pegados con cinta. Con pinchi cinta canela. ¿Qué arma cree que tienen los granaderos normalmente? ¿serpentinas? ¿Amor? ¿Bolas de algodón? ¿Una grapadora abierta sostenida como pistola y que es accionada repetidamente resultando en una temible ráfaga de grapas? Empiezo a creer que esos escudos tienen la función de causarle a los malvados policías del régimen represor un ataque de sentimientos mezclados de hilaridad y lástima. Pero especialmente hilaridad. La risa es la mejor arma, cerdos capitalistas.

Infiltrado hasta el meollo de la organización, comencé a hacer preguntas, a identificar la pasión que los llevó a levantarse ese domingo y a no jugar videojuegos, a no ir a un café a fumar como una locomotora en reversa, a no decidir quedarse en casa a corregir la ortografía de propios y extraños en Internet. ¿Qué los hace tan diferentes? ¿Por qué no puedo ser como ustedes?

Y este no era uno de esos casos en que los que son diferentes a mí son tontos o patéticos (la mayoría de los casos soy un narcisista muy pendejo y centro del universo); esta vez estas personas tenían algo que envidiaba: estaban felices, y esa felicidad no venía de queso o series de televisión con buenos escritores: venía de algo que es normalmente nefasto... esta felicidad venía de la política. What. The. Fuck.

Y es que la política suele relacionarse con cosas malas: con trampas, con mentiras, incluso con violencia y muerte; no quiero decir que AMLO y su campaña sean la única ocasión de iluminar el triste y lúgubre mundo de la política, pero en verdad me pareció tan extraño verlos tan felices por algo que siempre relacioné con estar aburrido o encabronado.



Y al final por esa razón vine a Trocadéro. No a escuchar las canciones hippies que sonaban en una bocina portátil, no a tomarme fotos para subirlas a Facebook y poder mostrar a los demás mis convicciones, en algo que me gusta llamar turismo ideológico; vine a Trocadéro porque esta gente está más allá de la apatía en un lugar en el que nadie les está pidiendo que se preocupen por el futuro de México.

No me importa a qué candidato están apoyando o qué tan hippies, hípsters son, no me importa que vi en menos de una hora todos los clichés (visuales, escritos y escuchados) del clásico activista y slackstivista mexicano. No importa. Estos sujetos con sus inútiles performances teatrales, con sus canciones melosas sobre esperanza y justicia son más reales que yo, que fui allá para poder escribir esto, no para sentirme parte de una colectividad llena de optimismo. Y ese es el problema: yo soy el problema.

Hacia las cuatro de la tarde había cientos de mexicanos en Trocadéro. Era un miniméxico: cuando la gente pasaba cerca de mí me decía "perdón" o "compermiso", no "pardon", ni "excusez-moi". Claro, tengo cara de indio, pero aun si no fuera así, creo que el caso habría sido lo mismo: abrimos un paréntesis espacial que trajo a México a esa plaza: casi podía oler las tortillas y el humo aceitoso de los camiones, las calles regadas con manguera y casi oía esa mezcla surreal de ciudades grandes y ruidosas con el canto rústico de los gallos (siempre me parece increíble que en México la gente todavía tenga gallos en ciudades grandes).

Pero al final me dio mucha sed y me fui a mi casa. Sin decir nada caminé hacia la estación del metro, vi por casualidad otra manifestación política, esta vez de Tailandia, mucho más pequeña y mucho más triste (en protesta por el asesinato de uno de sus compatriotas a manos del tiránico líder de Tailandia); tomé unas fotos y me fui.

Mientras me alejaba en el vagón del metro me di cuenta de que mi día no fue muy diferente a las reuniones políticas de mi pasado. Los otros, la mayoría, fueron capaces de una pasión y un compromiso que a mí me parecen extraterrestres, de un optimismo y una energía que yo he reservado para cómics y boobs. No fue muy diferente sentirme a mil kilómetros de sus risas y sus esperanzas. Nada diferente. Me sentí como en casa. Traía, todavía, mi terrible México conmigo.
Al final los dejo con esta imagen. Para que recuerden que es muy fácil photoshopear una reunión política y convertirla en otra cosa muy distinta (Carlos Mal).


Comentarios

  1. Me he reido mucho con tu escrito. Tambien debo decir que leí a un Carlos Mal que no había leído antes.

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    1. Como dicen en México. Francia me ha cambiado, Harry. Gracias por darte la vuelta.

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  2. A las mil bestias! que larrrrrga y 40% aburrida está esta tu minuta de asistencia a la reunión con los seguidores de AMLO (López Obrador para los que son de Etiopía)

    Tenía ganas de leerla casi en su totalidad pero al llegar a lo que parece la mitad de tu muy larga prosa claudiqué y mejor me puse a ver si ya había crecido el pasto.

    ¿Cómo jolines conocen a AMLO en París? ¿es acaso compa de Hollande?

    Si gana el Peje voy a buscar donde vendan éclairs y me compraré uno muy delicioso para celebrar.

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    1. No seas plomo, Anónimo, los que conocen a AMLO son los mexicanos; los franceses normalmente están muy bien enterados de las noticias del mundo, pero a nadie le puedes exigir que sepa lo que pasa en todos los países, no seas malvado. No me extraña que no hayas terminado de leer... ¡Pero así le voy a hacer la próxima que me pidas una traducción, cabrón!

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  3. Me quedé pensando en los escudos chafas que se estaban haciendo, y es probable que hayan tenido en mente las balas de plástico que están muy de moda en las demostraciones públicas, aunque igual dudo que una botella de plástico pueda amortiguar el impacto de una de esas balas D:

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    1. Es que de verdad, dos o tres capas de cartón cubren mejor que esos escudos de botellas... ¡¡¡pegadas con cinta fucking canela!!!

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  4. Me caes bien. Y no por esto que leí hoy, no. Me caes bien porque eres mucho de lo que yo desearía ser y que no soy. No te asustes. De cierta forma siento que eres libre en ideas y pensamientos. En eso estoy, trabajando en mi libertad. Curiosamente reflejaste muy bien en este escrito muchos pensamientos que también han estado pasando por mi cabeza. Ayer tuve a bien hacer algo parecido, fui a la Plaza Zaragoza a apoyar a Andrés Manuel. No fui un acarreado, fui por mi libre decisión. Y al estar ahí en la plaza, viendo a toda esa gente que se reunió frente a Catedral sentí cosas similares, sólo que la diferencia era que estaba en mí tierra. Me gustó este texto y me quedó con una oración que me caló profundamente: "México es un caballo con las piernas rotas a quien nadie ha tenido la bondad de meterle un tiro o ponerle piernas biónicas." Saludos Carlos, estamos en contacto.

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    1. Yo creo que para eso sirve lo que uno lee: para ver en letra inmutable las ideas que uno ya tenía; la literatura que nos gusta es muchas veces la que nos dice cosas con las que estamos de acuerdo o cosas que ya habíamos tratado de formular nosotros mismos. Es un honor que digas que soy más libre que tú; tal vez no sea cierto, pero es un buen cumplido.

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  5. Cuando leí del joven de camisa naranja que estaba haciendo escudos me sentí como en mis viajes al D.F. Si hubiera tenido acento guacho creo que habría sido la cereza del pastel. Pero no contaste si fue la policía anti motines para esparcirlos y amenazarlos.

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    1. Qué curioso: sí tenía acento del DF, lo que no me sorprendió ni un poquito. No porque crea que todos los defeños son hippies, sino porque por pura estadística cualquier mexicano en París tiene una alta probabilidad de ser del DF; además, en el país, mientras más al norte uno se va, más conservador, mocho y prianista uno es. Y por cierto, no; no llegó nadie a reprimir a nadie. Es París, donde la gente desayuna protestas y cena indignación socialmente responsable.

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  6. Soy nueva en esto de los blogs, empece a leer el tuyo por pura casualidad, y aqui estoy enganchada.
    Me encanta tu manera de pensar, te pienso como una persona muy solitaria, inteligente y que esa soledad la lleva a pensar todas estas ideas que tienes, que envidia!
    Muchas veces he querido ser un poco ese tipo de persona, empezando por ser una persona capaz de plasmar lo que siente, y esa libertad! Me encanta la libertad, en fin aqui seguire leyendo tus textos.. no dejes de escribir, aqui tienes una fiel seguidora.
    Por cierto, yo tengo 28 años y toda mi vida vi la politica de la misma manera que tu, hasta este año.. Este año comprendi muchas cosas que antes no podia ni queria entender, me estoy apasionando por cambiar Mexico, por una revolución pacifica y por no dejarnos dominar, ojala un dia esto sea posible!
    Y disculpa mi ortografia me da muchisima flojera poner acentos, jajaja.
    Saludos

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    1. No eres la primera persona en estos comentarios que me ve como alguien libre: si esa es una palabra que me define, la acepto con mucho gusto. Aunque no sé qué tanto tenga que ver mi libertad con mi desempleo. Espero que nada. Un gran saludo, ¡y que no te dé flojera poner acentos!

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