PIRA PAGANA - PARANOIA Y POSESIONES

Con paranoia me refiero a un estado mental de demencia en el cual nos vemos amenazados por fuerzas invisibles. O por la magnificación enfermiza de un problema muy pequeño. La intensa y molesta dulcificación del lenguaje de nuestros tiempos postmodernos le llama a esta condición el “ser aprensivo”.

Escribo esto desde el más aprensivo de los países. La mayoría de las veces la paranoia estadounidense resulta frustrante, pero otras veces es inusualmente divertida. Por ejemplo, hace unos días, una mujer en una gasolinera puso la manguera en el receptáculo de su auto, volvió al volante a recoger no sé qué cosa, bajó del auto, quiso tomar la manguera para devolverla a su sitio, pero, al tocarla, un manto de llamas la envolvió en un parpadeo. La mujer en llamas, captada por una cámara de vigilancia, estuvo esa noche en todos los noticieros de Estados Unidos. Yo al verla pensé inmediatamente en la combustión espontánea.

Por cierto, si algún día yo combustionara espontáneamente, consciente de que una muerte de esta naturaleza tan absurda sólo puede cifrar que Dios me odia, no intentaría apagar las llamas de Su capricho.

Pero ese no es el punto. El punto es que la a veces divertida paranoia estadounidense ha hecho que todos teman a la combustión sorpresa, que es en realidad, causada por la temible electricidad estática. Sí, la misma electricidad estática que hace que las pantallas de los televisores crujan como cereal de arroz, la misma que hace que los globos inflados atraigan nuestro cabello y la que hace que las faldas se queden pegadas a las piernas de las mujeres. Una chispa es suficiente para que nos convirtamos de un segundo a otro, en los pies de Moctezuma.

Ahora muchas gasolineras de los Estados Unidos tienen un enorme poste de metal con un letrero que aconseja a los clientes “tocar con la mano este dispositivo para descargar la electricidad estática corporal”. Increíble.

Pero el verdadero punto es que la paranoia, para ser tolerable, debe ser divertida, como cuando todos temíamos al colapso de la informática del Y2K o como cuando creíamos que el Chupacabras nos tomaría por sorpresa en una caminata nocturna. Los ecologistas vienen anunciando el fin global del petróleo desde 1986. Los decodificadores de Nostradamus predecían la Tercera Guerra Mundial en 1999. En cierto pueblo estadounidense del cual no puedo acordarme hay una corneta eléctrica gigante cuyo único fin es anunciar el Juicio Final. Etcétera.

Las paranoias no divertidas que tienen justificación son pocas: se me ocurre sugerir el sida como el miedo más real y tolerable. Pero hay que aceptar que la inmensa mayoría del resto de nuestras paranoias son absurdas y son producto de un egoísmo ciego y excluyente.

Aun cuando el miedo sea un reflejo natural hay, no sólo personas, sino civilizaciones enteras que se han convertido en adoradoras del miedo. Prácticamente toda las bases de la civilización occidental están fundadas en el temor de perder las posesiones. Desde que nos creemos dueños de nuestro tiempo, de nuestra vida, y de nuestros sentimientos, pensamos en ellos como en objetos que podemos dejar de tener. Este afán no sólo por poseer objetos, sino por acumularlos en nuestros cachetes como las ardillas es lo que nos ha hecho un hato de llorones que no soporta la idea de morir, un engaño amoroso o incluso que un virus nos borre los archivos del disco duro.

Hay excepciones. Por ejemplo, es justo que Cristo haya temido a la muerte, porque su muerte no fue precisamente por inyección letal, ni se suicidó con pastillas para señoras gordas: Cristo fue la piñata de nuestros pecados y Él sabía que le iba a doler muchísimo. Cristo y el gordo Buda estaban de acuerdo en que lo que nos hace sufrir son, en principio, nuestras posesiones. Nuestras paranoias nacen de la idea de quedarnos desnudos, indefensos o muertos: toda nuestra vida hemos aprendido cómo obtener, cómo conseguir lo que queremos, pero hemos perdido el verdadero panorama de las cosas. Para deshacernos del miedo no debemos aprender a conseguir, sino a perder.

Porque aprender a perder es un paso indispensable para ser libres, para olvidar el dolor que supone desear, para sumirnos en la paz de no ser poseídos por lo que poseemos ni cazados por lo que en realidad no existe.

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Comentarios

  1. Peco de varil, siempre pensé de la combustión espontanea como mito pseudocientífico, de la misma época del éxito de las trepanaciones y de la electricidad curativa, que pena y eso que dizque estudio ingeniería.

    Concuerdo que a nadie le gusta no solo perder sus cosas materiales sino tambien que nos desagrada la idea de perder lo único que realmente nadie nos quita (el cuerpo) y la capacidad de anticipación/reacción que tanto nos alivia el no sentirnos pendejos. Es atribuirle al destino su incuestinable cualidad de incomprensión,y que ante ello solo nos queda tomar medidas menores como quitarnos la ionización con un letrero, vacunar la compu y usar la cruz y los ajos.

    pira pagana: piratería. muy punk. demasiado cool. pero a veces el talento de los artístas no nos cura el mal gusto. va a seguir habiendo narcogruperos millonarios y teen idols.

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  2. Wow! puras entradas cools y chingonas Carlos, no sé, me hiciste pensar mucho con este post... me atrevo a decir que a mi me consume el occidente porque vivo en la paranoia constante del temor.

    Ni pedo, no somos nada. Como diría la rolita anarkopunki.

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  3. Muy bueno el post, algo así había leído también en el blog de tu colega el dinosaurio alguna vez. La paranoia y los finales apocalípticos son una muestra --creo-- de lo mucho que necesita la especie humana de sentirse importante (dada su insignificancia) en este vasto, vastísimo universo.

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  4. Undead Pornstar:
    I.
    La combustión espontánea la dudo mucho, pero la que menciono aquí es una especie de explicación curiosa del fenómeno, no es combustión espontánea clásica.

    Gracias por comentar, me da gusto que me leas.

    II.
    "A veces el talento de los artístas no nos cura el mal gusto" Esa es una frase triste pero cierta, me hizo re-pensar toda mi teoría sobre la piratería. Muchas gracias por sacudir mis convicciones.

    Doña Diabla:
    El temor es ingrediente básico de Occidente, comenzando con las religiones y terminando en el temor a las relaciones personales. Hay que acostumbrarnos a lo que nos viene desde los abismos insondables del tiempo, ni modo.

    Roberto:
    A veces siento que yo soy el Dino Trajeado. Muchas gracias por tu chingona opinión.

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