PIRA PAGANA - HISTORIA DE LA MUERTE


Esta fue mi primera Pira Pagana, publicada en la sección
"Perfiles" del periódico El Imparcial el 25 de enero de 2004


Cuando el bebé llora al nacer se está despidiendo del mundo al que acaba de llegar. El adiós es lento y largo, y nos llevará, tal vez, varios años. Esto se llama muerte, y es algo que tenemos cerca; tan cerca que si, por la noche, en nuestra cama, ponemos atención, notaremos que un vaho frío nos moja la cara. Esta es la muerte y la cara de la muerte.

En algún momento de nuestra infancia algo nos dice por primera vez que moriremos. En ese instante nuestra inocencia se disipa para siempre. Los griegos de la edad clásica no conocían la idea del pecado. No había nada que los separara de la divinidad sino la muerte.

Para un griego era repugnante la idea del cadáver, incluso la vista del anciano. La visión griega subsistió varios siglos hasta que la Edad Obscura se apoderó de la humanidad y se olvidó todo lo que se había aprendido.

Un día algún antiguo un amante descubrió las formas inequívocas de una calavera justamente debajo del rostro de su amada: esto convocó a un espíritu paranoico y temeroso que condujo al pensamiento práctico de la antigüedad a llamarse a “gozar la juventud mientras se tiene”. Esto se conoció en Europa como carpe diem (“cosechar el día” en latín).

Esta doctrina, cultivada por religiosos y poetas, consistía realmente en reclutar jovencitas renuentes a los deleites de la carne y transformarlas en víctimas temerosas de la vejez y la muerte. En ellas la entrega sexual era una elección de vida. De vida contra la muerte. La carne, el ardor, eran sinónimo de vida, mientras la contemplación y la inercia eran no sólo la muerte, sino el pecado del desperdicio.

Por su parte, el cristianismo temprano cercó la idea del “carpe diem” a sus terrenos y la transformó en la amenaza perfecta. La muerte es el límite del acto humano, es el lapso entre la condenación del hombre y su salvación, porque el pecador sólo puede arrepentirse en vida. Y la certeza de que la muerte pueda presentarse al pecador en cualquier momento abre todas las posibilidades al infierno. La Iglesia medieval solía recordar a los fieles su mortalidad grabando en piedra la frase memento mori, un recordatorio de que moriremos y que debemos estar preparados para el Juicio.

En plena Edad Media la peste negra arrasó con la mitad de la población de Europa. La muerte estaba a la vuelta de la esquina y se volvió la regla, no la excepción. Estar vivo era lo extraño y lo peculiar. Morir era lo de todos los días.

Como consecuencia de las pestes, el mundo, rejuvenecido, prosperó. La nueva civilización se contempló y recordó su pasado clásico. Y cada vez que el mundo volvía a los clasicismos, convertía a la muerte en una enfermedad, una infección, un mal vergonzoso.

La muerte, a partir de la modernidad, fue considerada, por primera vez, un fenómeno y no una fuerza. La muerte se empezó a ver como una entidad tan abstracta como la gravedad, la trayectoria de los objetos, el punto de ebullición y otros mitos. La muerte entró en crisis juntamente con la religión, la metafísica y la ciencia.

En nuestros días la muerte es la misma, es fría, es incierta, es confortante y, como siempre fue y será, es temida. Porque nuestra muerte es una sola. La muerte que me llevará arrastrando de los cabellos es la misma que rodeó a Jesucristo con sus brazos fríos.

La cultura popular afirma con razón que en la muerte todos somos iguales, como al nacer. Esa justicia, esa paz, el cosmos de verdad que guarda la palabra muerte se parece a la comodidad que siente el enamorado en brazos de su amada. Jaime Sabines confiesa: “Eres como mi muerte, amor mío”. Donde la muerte no es el fin, sino el hogar. Nuestra verdadera casa.


Comentarios

  1. sucede qe he mandado un comentario en esta entrada y no se visualiza... en fin repetir las cien palabras qe te decia esta cabron... intentare resumir mas adelante... saludos

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