PIRA PAGANA - DEMASIADOS AÑOS CON EL QUIJOTE

Aunque mi furor y mi odio son siempre reales, a veces me gustaría que el lector me imagine como a un actor cómico neoyorquino, de pie ante un micrófono, con una pared de ladrillos rojos falsos justo detrás de mí y la luz circular de un reflector brillando sobre mi vaso de whiskey con soda. Así se entendería el tono de muchas de mis intervenciones para este suplemento.
Estoy harto del Quijote. Harto de cómo las señoras y los cultos cursis lo utilizan y lo veneran como un icono de iglesia y de cómo todos hablan de él sin haber leído su novela.

Detesto los quijotes de palofierro, los de cerámica; el arte moderno sobre el Quijote, los cuadros “inspiradores” de Quijano contra los molinos, los fondos de pantalla de Don Quijote, los afiches del Festival Cervantino con sus quijotes ubicuos, las camisetas con el Quijote de Picasso, los quijotes de papel maché y la caricatura de los ochentas donde Don Quijote era una especie de perro amarillo con bigotes negros. Don Coyote y Sancho Panda.

Odio a los aspirantes a freudianos que creen —sin leer la novela— que Don Quijote y Sancho reflejan dos aspectos contrapuestos de la identidad; a los académicos zombies que no entienden que la belleza fea del Barroco no quiere ser estudiada, y a las inmensamente tristes señoras que quieren arreglar su vida leyendo el Quijote como un libro de autoayuda.

En Dublín, Irlanda, hay un festival anual sobre el Ulysses de James Joyce, con tours guiados, en los que un grupo de amantes de Joyce guían a un hato de turistas que, en su mayoría, no han leído una sola página de este autor por los sitios mencionados en su novela. Nosotros tenemos nuestro Festival Cervantino y por si fuera poco, ahora tenemos un año completo para fingir que sabemos quién es Cervantes.

Nunca he ido al Festival Cervantino, porque si quisiera ir a discutir el Quijote con personas que no han leído el libro me iría a la escuela de Letras de la UNISON, que me queda más cerca y me cuesta muchos pesos menos.

Si los intelectualoides que plagan el mundo tuvieran imaginación me dirían que este año, en la conmemoración de los 400 años de la publicación de la primera parte del Quijote, no celebran los que han leído las mil páginas de la novela de Cervantes, sino los que casi involuntariamente han sido tocados, ungidos por una cultura quijotesca inevitable. Detesto la palabra “quijotesco”.

Desearía que Cervantes nunca hubiera escrito el episodio de los molinos (personalmente prefiero el del ejército de ovejas y el episodio de las avispas) para que éste no fuera interpretado de tantas lamentables maneras, como “el hombre combatiendo el destino con el poder del idealismo” y más pavadas de grueso calibre.

No quisiera que se me malinterprete. La mejor novela de Miguel de Cervantes es para mí la mejor novela escrita en español, aunque suene a cliché. Pero sí me parece una pérdida de tiempo y esfuerzo el dedicar nuestra emoción y nuestra admiración a algo que no conocemos sólo porque al hacerlo nos convertimos en humanistas cool, bebedores de capuchinos, vestidos con cuellos de tortuga o camisas del che.

Las mentiras nos han metido a todos en muchos problemas. Es hora de decir con franqueza que vamos al Cervantino a emborracharnos y que compramos figurillas de Don Quijote porque queremos acostarnos con un o una intelectual. Cumpliremos cuatrocientos años con el Quijote. Sin duda son demasiado años sin leer el Quijote.


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