PIRA PAGANA - MORIRSE MAL


El 25 de octubre de 1999, mientras yo me besuqueaba con mi novia en una ciudad olvidada de Dios en medio del desierto, un avión volaba en autopiloto muy lejos de mí, en los cielos del nordeste de los Estados Unidos.

Los pilotos y pasajeros habían muerto hacía ya muchas horas de hipoxia (insuficiencia de oxígeno, en este caso, por descompresión en la cabina). Bill Clinton había dado la orden de derribar el aeroplano si éste se acercaba y ponía en riesgo a zonas pobladas: el avión se estrelló en Dakota del Sur sin mayores problemas.

Hay algo inevitablemente cómico en el hecho de que la muerte sea tan irreverente. Y es irreverente porque es común, la cosa más común del mundo: pasa tantas veces que es imposible que su elevado número no tenga, estadísticamente varios “eventos especiales” que se salgan del patrón.

El día de su boda Atila, el huno, famoso por su espíritu violento y la grandiosidad de sus obras bélicas, salía de su tienda, donde había dejado a su nueva esposa. Una cascada de sangre se le vertió de sus narices de repente y para siempre. Se ahogó en su propia sangre poco después.

El baterista de Led Zepellin, John Bonham, murió asfixiado por su propio vómito después de emborracharse. Friedrich Barbarroja, Emperador de Roma, murió a los 60 años de edad ahogado en un río que le llegaba debajo de las rodillas. El famoso dramaturgo Tennessee Williams murió ahogado con la tapa de un frasco de gotas para los ojos.

El australiano Jacob Jameson entró a escondidas, por la noche, en un zoológico en Canberra y trató de tener consorcios sexuales con una hiena hembra, quien lo mató brutalmente. El resto de las hienas dio cuenta de su cuerpo que fue identificado días más tardes por sus placas dentales.

Déjenme contarles esto: en 1890 el abogado estadounidense Clement Vallandigham se voló los sesos por accidente mientras defendía un caso en la corte. Vallandigham trataba de probarles al juez y al jurado que la víctima de un caso se había suicidado y no había sido asesinada por su cliente. Se llevó a la cabeza una pistola que él suponía descargada.

El año pasado el coreano Lee Seung Seop murió debido a diversas causas después de haber jugado Starcraft (un videojuego que es como crack para los aficionados) por 50 horas seguidas.

En 2005, Kenneth Pinyan murió de una peritonitis aguda después de dejar que un caballo lo sodomizara. Me pregunto cómo se puede presentar alguien a un hospital pidiendo asistencia porque un caballo acaba de romperle a uno las fronteras del colon con su virilidad equina.

En 1927 el motorista profesional británico J.G. Parry-Thomas fue decapitado por la cadena enloquecida del motor de su carro, la cual se desprendió de los engranes y tuvo un efecto látigo supersónico: murió durante un intento de romper el récord de velocidad en automóvil. Sin cabeza, sangrando como una fuente absurda, logró imponer un Nuevo récord de velocidad en tierra firme: 275 kilómetros por hora.

Ese mismo años la famosa bailarina Isadora Duncan murió estrangulada por su propia bufanda cuando esta prenda quedó atrapada en las ruedas del coche que tripulaba. La mítica bailarina, cuyos graciosos movimientos le dieron nuevos bríos a la danza, no pudo morir de una forma menos elegante, de una muerte sacada, al parecer, de los dibujos animados.

En París, en 1981, Renée Hartevelt fue asesinada y devorada por un compañero de clase, el estudiante de Letras Issei Sagawa. El caníbal fue extraditado a Japón donde sufrió una implacable condena 15 meses de cárcel.

En 2003, el año que llegué a Estados Unidos, cuál fue mi sorpresa al ver que el mundo estaba bien loco: un pizzero bailarín de Pennsylvania voló en pedazos cuando una bomba-collarín encadenada a su cuello fue activada a control remoto por un asesino sofisticado y creativo que lo había obligado a robar un banco, al parecer, sólo por diversión.


Mi caso favorito es el de Rasputín, el monje ruso, consejero de los Romanov: sus enemigos le sirvieron una cantidad obscena de cianuro. Al ver que no murió le dieron un balazo en la nuca. Cuando vieron que se levantó con vida, le dispararon en el abdomen y le apalearon brutalmente. Al fin, al ver que Rasputín seguía vivo decidieron hacer un hoyo en un río congelado y lo echaron allí.

Yo creo que debemos convencernos de que la muerte no es cosa totalmente solemne o totalmente sombría. Yo pienso que la muerte es hilarante, pocas cosas son tan chistosas como morirse. Por supuesto, nada mejor que dejar este mundo enrollado en la bandera de México o metiéndose en las entrañas del World Trade Center dentro de un avión robado, o rescatando bebés de un hospital en llamas. Pero yo prefiero la risa. Ah, por cierto. Una de las muertes que he mencionado en este texto es falsa. No diré más.

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Comentarios

  1. Yo creo que está muy entretenida la pira. Pero no me gusta tu conclusión al final, se oye bien escueta, y sin ganas.. huevona acá dos tres.
    Y el detalle de que digas que hay una muerte falsa, tsk tsk.. no
    Pero en general muy entretenida!

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  2. JAAJAJAJAJAJAJA Sí, me reí. Pinche Pacheco es muy cool que escribas porque casi siempre lo que escribes es muy cool, muy cool para vivir en una ciudad tan pequeña y aburrida como Tucson.

    Anyway, por acá te leo siempre aunque casi casi estemos en otro continente.

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  3. A mí me dijiste que te estabas besuqueando con tu novio, que no?

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  4. aveces no estoy de acuerdo contigo.
    no es que no entienda lo "hilarante" de eso, pero nadamas me parece "hilarante" desde un punto de vista irresponsable y ficticio.

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  5. Que mamon, la del caballo es imposible.. es como tratar de meter una papaya.

    muy pero muy interesante todo lo demas.

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  6. A lo mejor Rasputín aún siguió vivo, pero como que se sintió despreciado :)

    "Tragedia es que me corte un dedo. Comedia es cuando tú caminas hacia un drenaje abierto y mueres."

    Mel Brooks.

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