PIRA PAGANA - INFANCIA SIN LIBROS

A Otoniel, mi hermano

Mi primera palabra fue “papo”, y la dije mientras, indiscutiblemente, me sostenía un pie entre mis manos regordetas y morenas. Mis primeros años nunca acusaron que me convertiría en el pedante afrancesado e insoportable que soy ahora. Parecía que sería inteligente.

Es que a mis tres años ya tomaba las crayolas para escribir “OSO” y “S.O.S.” con las que eran, creo, mis dos letras favoritas. También dibujaba máscaras de luchadores y cuadradas ambulancias que dejaban escapar larguísimas tiras de letras “A” de sus sirenas rojas. Aún conserva mi madre una de esas pinturas rupestres de mi protohistoria íntima en la tercera de forros de una edición ilustrada de Hamlet, mi primer libro.

Leí la obra un par de veces a los seis y a los ocho años, sin entenderle mucho. Contrario a lo que se debía creer, ya no volví a agarrarme de un libro sino hasta mi adolescencia, cuando me di cuenta de que las chicas no me hacían caso, y que más me valía refugiarme en la literatura.

Durante mi infancia, tierna como los granos gordos de una mazorca obesa, fui muy feliz sin la horrenda garra de la literatura metida entre mis tripitas. Las narrativas me alcanzaban por todas partes, pero leí muy pocos libros, casi ninguno, y no me arrepiento.

El fútbol de 1986, Michael Jackson en insólita mezcla con Ramón Ayala y los Tigres del Norte, los Cazafantasmas, las series animadas japonesas de sádico melodrama (Rémy y Candy Candy, para ser preciso), todo se enroscaba en los contornos de mi cerebrito con los jugos venenosos de la posmodernidad ochentera, con la neblina inexplicable de la Guerra Fría, que se llevaba a cabo a mi alrededor sin que yo me diera la menor ni maldita cuenta.

Me daban asco los adolescentes de la televisión con sus peinados enormes y los shorts diminutos que llevaban los hombres. Sin embargo le perdonaba la vida al peinado de Michael Knight en su “Auto Fantástico”. Aunque, más bien, en un acto terrible de materialismo deshumanizante, mandaba al demonio el contenido humano de la serie y me concentraba en el automóvil de mis sueños: K.I.T.T.

Lo mejor de la infancia debe haber sido el millón de horas de juegos con mi primo Jeff Pacheco, que era panzón y divertido (hoy es musculoso y más divertido), con nuestras aventuras alucines que dejaban en vergüenza a los Muppets Babies. Lo peor de mi infancia debe haber sido el año y medio que me separaba de todos mis compañeros de escuela. Entré a los diez años a la secundaria y a los trece a la preparatoria.

Cuando mi infancia y la de mi primo se alejaban como un barco lleno de oro a las bocazas infectas del olvido yo jugaba solo. Poco antes de los trece me hice de mis últimos juguetes; eran tan extraños y simbólicos que nadie, salvo a veces mi hermana, podía usarlos conmigo: Un payaso decapitado, un astronauta al que le quemé la cara para poder fabricarle máscaras, un tiranosaurio que hablaba. Todavía hoy los recuerdo por sus nombres, por sus increíbles aventuras; hoy descansan en un cilindro de aluminio fuertemientre cerrado.

Hoy cometo el cliché de pensar en la infancia como en un paraíso perdido en el que ignoraba la guerra diaria del adulto y de las cavernas amargas del amor erótico. Mi comida estaba lista siempre (porque he sido un burguesito) y no me preocupaba de pagar tal o cual cuenta porque nunca tuve dinero (no era tan burguesito, a fin de cuentas).
Hoy estoy hasta el cuello de literatura y de historias y de narrativas confusas. Hoy estoy lleno de autores y de fechas, de páginas. Hoy soy literato sin haber leído un maldito libro en toda mi infancia, y léanse bien esto, yermos promotores de la lectura y paranoicos educadores que creen que hacer leer literatura a un niño libera almas del Purgatorio, lean bien, con los ojos bien abiertos: No me arrepiento de nada.

¿Qué habría sido de mí de haber tenido unos padres distintos? Qué horror haber tenido esos padres conductistas, esos padres súperlectores y cultos que hacen de sus hijos un laboratorio de infelicidad y de cultura canónica, de los que ponen a sus niños índigos, a sus niños dotados o a sus niños perfectamente puros y perfectamente normales en escuelas-campos de concentración para hacerlos aprender trucos de perro que habrán de presumir ante los amigos, como si los niños fueran clones sin derecho a correr por la calle, a hundirse un clavo oxidado en el talón, a jugar con arena, a rasparse una rodilla, a hacer casas-club con cajas, a jugar béisbol con un tablón y con los postes de teléfono como bases.

Yo fui niño, y un niño tremendamente feliz sin leer, sin ir al teatro, sin ópera, sin talleres de arte, sin clubes de ajedrez, sin una gota de “cultura”. Gracias Hilda y gracias, Ricardo.

Déjenme terminar con una anécdota. Una vez, hace dos años, fui a recoger a mi hermano Otoniel (tenía como ocho años) a su escuela. Ya en el auto me comentó que una señora había ido al aula a hablarles sobre las ventajas de la lectura. La señora les había preguntado cuál era el mejor amigo del niño. Todos dijeron la respuesta obvia: “un perro”. La señora los corrigió: “No, no... un libro es el mejor amigo del niño”. Mi hermano me contó todo esto con una consternación adorable. Concluyó su relato con su opinión sobre la señora: “¡Se salió a la bestia!”. Yo le pasé una mano por sus greñas rubias y le contesté con toda sinceridad: “Sí... se salió a la bestia, de veras.”

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Comentarios

  1. Es la pira pagana más tierna que he leído. Aparte está más curado tu y tu hermano se llevan mucho. Yo y mi hermano nos llevamos poco, relativamente. Yo no lo puedo ver tan tiernamente como tu ves a Otoniel. Sabe, a veces me gustaría.

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  2. Cierto es la pira pagana mas tierna.
    Principalmente porque siempre ha sido para mi un encanto tu hermanito tierno y transparente. Y me recordo mucho a mis dos hermanos =( que tengo mucho tiempo sin verlos.

    Yo fui una niña que su padre le leia los libros, y que nunca nos obligo a leer pero que nacio con la necesidad de leer mucho.

    Y yo si estaba en talleres de artes y me llevaban a obras de teatro. Cosa que tampoco me arrepiento.

    Saludos Pacheco

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  3. al parecer a ti te funcionò. hay unos que empiezan sin cultura y terminan sin cultura.

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  4. ah! y hace años que cambiè blog. pooorsia :).

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  5. Eso de la casa-club pensé que era privativo de mi infancia.

    Saludos

    alx

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  6. Michael "the shit has just struck the fan" Knight es la mera mata.

    -René

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  7. Me hisiste recordar los tres perros que me mordieron, los 2 clavos en mi talón, las muchas inyecciones antitetánicas, mis patines, mis avalanchas home made, en fin, tantas cosas de la infancia. En conclusión, me encantó esta Pira Pagana.
    Besos.

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  8. oops! El "hisiste" del comment de arriba va con "C". Gracias.

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  9. Qué buen post Carlos, no hace mucho salí de mi infacia, en mi caso fue bailar vestida de Spice Girl, o jugar a las barbies, pero claro que hubo luchitas, resorteras y una que otra travesura o mordida de perro. Lindo. saluditos!

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  10. Un encanto el Oto? No es por ser mala leche, pero cómo se nota que no lo conoces bien, Mili.

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  11. A pues a mi siempre me saludo bien y me daba besitos, y me llevaba a Adela para que jugara con ella. Que tu te la pases ahi es otra cosa Luis Lope! por cierto, cuando vamos a ver la tan prometida movie pues?

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  12. Siempre he pensado que la literatura esta sobrevalorada... un beso.

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  13. Si por literatura se entienden los best sellers y los libros que se vuelven moda... no hay necesidad de literatura.

    La buena literatura ayuda a expandir la vision (imaginaria, aunque sea) del niño más allá de lo que vería usualmente de todos modos.

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  14. Muy tierno este post.... en gustos se rompen generos, yo nunca tuve acceso al arte, mis padres no leìan, no sabìan nada de concierto o de operas, en mi el gusto naciò solo, tuve al igual que tu una infancia feliz sin libros hasta que me topè con uno en la secundaria, ahora son mis esclavos.
    P.D. a mis hijos les hice un club de cajas, seguro lo van a recordar por siempre.

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