PIRA PAGANA - LOS ROSENBERGS
Sylvia Plath inicia su novela The Bell Jar así: "Ocurrió en un raro verano, el mismo verano en que electrocutaron a los Rosenbergs cuando no tenia idea de que estaba haciendo en Nueva York". El verano al que la mejor poeta de los Estados Unidos se refiere es el de 1953, y a los Rosenbergs de los que habla es justamente a quienes quiero recordar con vosotros, caros lectores.
Ethel y Julius Rosenberg fueron rostizados como un par de pollos sinaloenses en sendas sillas eléctricas en la famosa penitenciaría Sing Sing en Nueva York, que abunda en cetáceos.
Esta historia empieza en 1935, en una junta de los miembros de la Liga Comunista Juvenil, en los tiempos de oro en que Rusia y los Estados Unidos eran aliados. Ethel y Julius, veinteañeros, se encontraron en dicha reunión y se coquetearon.
La ígnea bola de nieve que se consume en las entrañas de la tragedia cayó cuesta abajo, acrecentando su mole hasta el clímax de 1953, hasta el beso que los separó para siempre y que ha sido inmortalizado en una de las fotografías mas dolorosas de todos los tiempos.
Los Rosenbergs parecían no poder matar a una mosca. El era un judío cuatro ojos con debilidad por las mujeres cariñosas, pequenas y bellas como Ethel. Ella, cuatro meses mayor que él, era una secretaria judía con deseos secretos de ser cantante con debilidad hacia los hombres intelectuales y sensibles como Julius. Se casaron en 1939.
En algún momento de 1942 Julius fue contratado por la KGB como espía. Para este año, Julius, como un importante número de estadounidenses, estaba convencido de que los Estados Unidos no debían tener el monopolio atómico. Julius decidió hacer lo que para él era lo mas ético. Para ese año la pareja tenía los dos hijos que dejarían posados en los dientes negros de la orfandad.
Ethel nunca fue una espía propiamente, pero siempre supo de las actividades de Julius: estuvo a su lado y guardó el silencio obligatorio. Durante el juicio en que ambos fueron sentenciados a muerte ella guardó silencio también sobre las acusaciones que se le hacían, tal vez esperando que la sentencia fuese menos fuerte si se repartía entre los dos.
Cuando el senador McCarthy se enteró del arresto de los Rosenbergs algo le dijo que los Estados Unidos estaba plagado de Rosenbergs por todas partes y esto inició la persecución de comunistas que es recordada como uno de los episodios más embarazosos de la historia del vecino del norte. El juez que sentenció a nuestra heroica pareja no sólo los culpó de traición a la patria, sino que les echó la culpa de la guerra de Korea y casi les imputa la muerte de Jesús de Nazareth. El papa Pío XII pidió el perdón para la pareja pero fue soberanamente bateado.
Solamente Julius habia sido denunciado oficialmente, pero el hermano de Ethel, inmiscuído hasta el cuello en espionaje, culpó a su hermana y salvó el pellejo. El año 2000 este mal hermano reveló al mundo lo que debe haberle estado comido la conciencia como un ejército de ratas eléctricas apelmazadas en su corazón: que al menos una persona inocente murió esa tarde de 1953.
Ethel calló. Aunque no todo el tiempo. Los Rosenberg tenían celdas contiguas en Sing Sing, pero no podían verse. Esa tarde, la de su último día, Se oyó a Ethel cantar con su voz de vidrio rodeado de seda en llamas las líneas de "Goodnight Irene": "A veces vivo en el campo, / a veces en la ciudad, / a veces tengo ganas / de lanzarme al río y ahogarme." La canción favorita de Julius.
Julius respondió cantando el viejo "Himno de Batalla de la Republica": "Mientras combatas mi enemigo mi Gracia estará contigo / Que el héroe nacido de mujer aplaste la serpiente con su planta... / Gloria, gloria, aleluya." La canción favorita de Ethel.
El último día de los Rosenbergs llamó la atención de todo el país. Los hijos de Ethel y Julius, en el público que presenciaría la ejecución, sostenían carteles que decían: "No maten a mi mami y a mi papi". Esa noche, sentados lado a lado en dos máquinas de reventar dedos, en dos fábricas de morirse, en dos sillas eléctricas idénticas, los Rosenbergs no habían solamente decidido dejar a sus dos hijos, sino dejarse el uno al otro. Y ese sacrificio era el que casi parecía imposible de realizar.
Pero sí se realizó, para bien de todos los que aún creemos en los actos extraños del amor, en los que aplaudimos más a los héroes muertos injustamente que a los justicieros vivos que no han sido acariciados por los dedos secos de la muerte.
Julius murió con la primera descarga. En cambio, tomó tres intentos, tres tirones de la palanca para matar a Ethel. Para el segundo intento su cabeza humeaba como si su fantasma se le estuviera escapando por los oídos. Me parte el corazón el imaginar que en esos segundos infinitos en los que la muerte se negaba a llegar, Ethel tuvo que ver, con el alma en ruinas, cómo Julius, el hombre de su vida, estaba hecho un manojo muerto de miembros, una pila de carne violentada, menos que un hombre, en la silla contigua. Aunque también debe haberle dado el consuelo de que ya nada importaba y se dejó envolver por las boas malas de la muerte, vestidas de un fuego eléctrico y eterno.
Zzzzzzzz...
ResponderBorrarQue chingona historia.. Pero no entendí bien cual fue el acto de amor.. Y quien era el inocente.. Etel? El hermano cuando hizo esas declaraciones.. Gracias
ResponderBorrarEl acto de amor en Ethel fue callar. En Julius fue querer compartir el secreto atómico con el mundo, con el fin de evitar el monopolio atómico que llevaría a USA a dominar el mundo sin reservas.
ResponderBorrarEthel era inocente de los cargos de espionaje: el hermano la inculpó para salvar el pellejo y el de su esposa.
Gracias por leer, hermano.
Albert Einstein envió una carta en esa época al Presidente de Estados Unidos diciéndole que Los Rosemberg no poseían conocimientos suficientes para enviar secretos técnicos de la bomba atómica a Rusia.
ResponderBorrarSaludos.
El Zórpilo.